Cuando tenía quince años publiqué una historia en un Internet. La historia era gratuita y accesible para todo el mundo y se iba publicando por capítulos. Tenía una buena recepción y continué escribiendo por la red porque me había dado muchas alegrías. Y, sobre todo, muchos ánimos. ¡La gente me leía!

Pero mi experiencia se volvió un poco amarga cuando descubrí que las poesías que ponía al empezar cada capítulo habían sido copiadas en la red. Y no una vez ni dos. ¿Recordáis el famoso Fotolog? Una de mis poesías había sido copiada en cincuenta Fotologs distintos, lo peor de todo era que en ninguno de ellos se me mencionaba (el autor brillaba por su ausencia) e incluso algunos se habían atribuido mi trabajo. ¡Lo firmaban ellos! Y recibían comentarios de sus amigos tipo «¡qué bonita! ¿Cómo se te ha ocurrido escribir eso?» y contestaban «ja ja ja 🙂 ¡gracias!».

Aprendí una lección muy valiosa: no volver a publicar mis poesías por Internet. Ya no sólo porque son algo muy personal que me cuesta compartir, sino porque me importan demasiado como para que pierdan mi autoría, como les ocurrió a las pobres inocentes de aquellos días.

Es muy difícil combatir el plagio. Eliminar contenido de la red (sobre todo ajeno) es tarea de chinos y a la hora de la verdad a nadie le importa lo que te ha ocurrido. A Google no le interesa. A Facebook tampoco.

Por eso recomiendo registrar vuestro trabajo. Lo explico en esta entrada. A ellos les cuesta un segundo copiarte, a nosotros nos cuesta nuestra ilusión.

¿Qué opináis vosotros? ¿Se puede combatir el plagio? ¿O no hay que combatirlo? ¿Os ha ocurrido a vosotros? ¿Qué recomendaríais a aquellos que quieren escribir en Internet?